1 de abril de 2009

Una experiencia de Un Techo Para Mi País (México)


Por Alejandra Mariet García López (alumna del curso Formación Ciudadana y Compromiso Social)


En mi camino a Temoaya iba emocionada y curiosa por saber quiénes iban a formar mi equipo y la familia a la que ayudaríamos, dónde dormiríamos, qué comeríamos y en qué terminaría todo. Yo nunca había construido nada por lo que no tenía ni idea de lo que me esperaba.
Siendo sólo 30 km. hasta Enthavi, Temoaya; llegamos aproximadamente en una hora, desde el centro de Toluca y descargamos nuestras cosas en la escuela, recibimos indicaciones y nos fuimos con nuestra cuadrilla.


Al llegar al lugar donde estaría la casa nueva, me di cuenta que iba a ser una tarea muy difícil ya que estaba al borde de un barranco y el terreno estaba demasiado disparejo. Poco después salió la familia y conocimos a 7 de los 8 hijos: Víctor, Gaby, Pascual, Osvaldo, Pablo, Eusebio y Adrián, así como a la señora Martina y a Don Pablo. En total, en la casa vivían 11 personas, los 8 hijos, los dos papás y la abuela paterna. Ellos vivían en un espacio de aproximadamente 3x3, con un cuartitito de tabique (donde dormían) y un espacio protegido solamente por cartón, pedazos de plástico y lámina, donde cocinaban y comían. Todo esto me motivo mucho para esforzarme en la construcción de la casa y que ésta quedara excelente.


El trabajo comenzó, hicimos las mediciones necesarias y nos dimos cuenta que la casa no cabía en el espacio que estaba disponible, por lo que tuvimos que tirar un pedazo de concreto que estaba junto, lo cual fue muy difícil. Luego, hicimos los hoyos para los pilotes y los niños ayudaban a hacerlos, escarbando con sus manitas o con alguna varita o lo que encontraran en su camino. Esto nos llevó todo el día, al final, sólo pusimos la primera tarima. A la hora de la comida, Doña Marti nos había cocinado el arroz que le llevamos y nos había hecho tortillas de maíz, ¡deliciosas! como ningunas otras, fueron las mejores que probé en mi vida, tortillas totalmente artesanales( la señora va al molino y prepara la masa en el nixtamalJ). Le ayudamos a sacar unos platitos y a servir todo, la señora me permitió ayudarle a hacer las bolitas para las tortillas y en ese rato platicamos acerca de sus hijos y el idioma otomí. La familia nos recibió muy bien desde el primer día al igual que los vecinos, los niños cada vez confiaban más y hablaban un poquito más con nosotros, incluso participaban activamente en la construcción de la casa.


El segundo día llegamos mucho más motivados, aunque preocupados porque íbamos un poco atrasados en la construcción. Sin embargo, estoy segura que mi cuadrilla era de las mejores, porque todos estábamos muy comprometidos con este proyecto y en especial con la gente. Cuando llegamos en la mañana los niños estaban desayunando y ante una necesidad inminente, lo más que sus padres les podían ofrecer era una tortilla y agua de la llave. Eso realmente nos tocó el corazón, porque fue en ese momento que sentimos mucho más compromiso con esos niños. Con esos niños que por azar están ahí, que por azar no somos nosotros y que sus oportunidades están limitadas por la cultura, la sociedad, la situación económica, etcétera. Así que sacamos adelante la casa, hicimos algunas correcciones con los pilotes y terminamos todo el piso y la estructura en ese día.


El sábado comimos sopita de codito, frijoles y más tortillasJ, todo muy muy rico. Convivimos mucho más con los señores ese día, e incluso hablamos de su estatus electoral; ellos nos dijeron que ya no sabían si ir a votar porque siempre los olvidaban y no veían ninguna mejoría en la situación de su comunidad, pero los convencimos de ir y de renovar su credencial del IFE porque ya estaban vencidas. Sin embargo, la resignación y en algún punto la desesperación de esta familia por obtener un poco de apoyo por parte de las autoridades, sentí impotencia, porque no sabía qué decirles. Me sentí incómoda también, ya que no podía darles una solución ni esperanzas falsas al saber que nuestro gobierno no es lo suficientemente competente para darle una vida digna y buenos servicios a esta gente.


El último día, llegamos con las pilas repuestas y listos para terminar un hogar, no una casa. Nuestra visión ya había cambiado, porque después de convivir con esta gente y ver la necesidad de un techo, de buena nutrición y de oportunidades, lo único que podíamos hacer era esforzarnos más y entregarles un hogar lleno de nuestro cariño. Los niños nos ayudaron todo el día, trayendo cubetas con agua, pasándonos los clavos, abriendo el agua para la manguera, etcétera. Ese domingo comimos dentro de la casa nueva, con todos los niños y la señora porque Don Pablo estaba ayudando a descargar material para otras casas. Ese día comimos arroz, frijoles y quesadillas, todo exquisito, como siempre. Le comentamos a la señora que tiene que hacerle un hoyo más grande al lugar donde cocina porque se concentra todo el humo y le lloran los ojos demasiado, de verdad que es un peligro que cocinen así. Después de una larga convivencia seguimos trabajando y por fin terminamos toda la casa, con techo, ventanas y puerta, como a las 8 de la noche y para festejar hicimos una pequeña inauguración con la familia, preparamos globos y compramos un pan de piloncillo, mientras la señora nos preparó café. La familia pasó a su casa nueva y todo gritamos: ¡¡¡¡¡¡¡ felicidades!!!!!!, fue un momento muy especial para todos, porque vimos el sueño hecho realidad de esta familia. Los señores tenían lágrimas en los ojos, lágrimas de felicidad y estaban ampliamente agradecidos con nosotros. Nos dijeron que ellos solos no hubieran podido financiar una casita así y no dejaban de dar las gracias. Fue un momento realmente bello para todos.


Creo que ha sido de las mejores experiencias que he tenido en mi vida, porque fue un proyecto intenso y lleno de cosas buenas, tanto la convivencia con la familia, mi cuadrilla, los vecinos, los otros voluntarios, etcétera, fue un enriquecimiento enorme para mí. Personalmente creo que todos necesitamos vivir este tipo de experiencias para ser más conscientes de lo afortunados que somos y de lo mucho que tenemos que trabajar para lograr esa igualdad de oportunidades que es tan necesaria en esta época y en este mundo tan cruel. Tenemos que luchar juntos y ahora, rechazar la corrupción, el desvío de recursos, la desigualdad, la discriminación, la violencia, las guerras, etcétera. Debemos TRABAJAR con nuestras manos y mentes, hacer de este un mundo digno y hacer una sociedad realmente humana.


A todos los universitarios que puedan asistir, les recomiendo mucho este proyecto y muchos otros de responsabilidad social, porque este es el enfoque que necesitamos para nuestras carreras, un enfoque empático. No dejen que seamos la generación que permitió que el mundo empeorara, la generación que cruzó los brazos y se enfocó en el individualismo. Estas, son experiencias padrísimas que nunca se olvidan y que de verdad te mejoran como persona, ¡atrévanse, dense el tiempo y disfruten de su capacidad de convivencia y de empatía con los demás!