Les comparto esta reflexión escrita por un ex-alumno, César Alejandro Toledo, sobre lo sucedido en Monterrey la semana pasada. Desde la distancia es fácil pretender no estar involucrado, es fácil pensar que nosotros no somos ustedes. Sin embargo, lo somos y estamos juntos, no sólo en la tristeza por las vidas que fueron mutiladas sino en la búsqueda de transformar estas realidades para construir más paz y justicia.
Espero que pronto los familiares, amigos, compañeros y maestros de esos muchachos, así como de las otras víctimas inocentes, encuentren consuelo, y que nosotros mantengamos con más convicción nuestros esfuerzos de cambio a través de la educación para que todos los niños y jóvenes de este país no sólo puedan ir a la escuela en paz sino también, y más importante aun, que todos puedan en verdad ejercer el derecho a la educación y a tener oportunidades de vivir de manera digna.
Por César Alejandro Toledo
Confío en el criterio de todos a quienes les ha llegado este mensaje, pero de lo que no estoy seguro es que todos estén conscientes de la gravedad de las circunstancias en las que vivimos.
Quizá me equivoco y les pido una disculpa a quienes ya tiene presente la situación y especialmente a quienes ya hacen algo al respecto. Con pena confieso que fue hasta hoy que me hago consciente de mi apatía y estúpida indiferencia ante una realidad que ha cambiado de a poco, casi imperceptiblemente. Y es un tanto por eso y un tanto por mi egoísta comodidad que había decidido no atender a esto que es una violación total a mi oportunidad de disfrutar una vida digna. Desafortunadamente a mí me hizo falta ver pasar la sangre y las balas frente a mi casa para renunciar a la inacción y a la conciencia anestesiada.
Les comparto mi vivencia del día de hoy, que ha sido un llamado fuerte y claro de atención, con el propósito de acercar a ustedes mi realidad deliberadamente descompuesta, esperando que no sea necesario que sus realidades cambien como la mía para que entiendan que no vivimos los mismos días. Quiero compartir la inquietud de saber que la comodidad de una vida suficientemente estable no es pretexto para optar por la inacción, y convencerlos de que la consecuencia de la indiferencia será que el miedo sea parte inevitable de nuestro camino a la escuela.
Mi camino a la escuela
El mismo tono del despertador, la misma regadera, el mismo par de tenis y la misma figura frente al mismo espejo. Creía disfrutar de la tranquila cotidianeidad de un día cualquiera. Es inevitablemente lunes.
Incluso creía que la puerta de mi casa era la misma, que detrás estaba el aburrido y firme concreto del camino a la escuela. Mientras abría la puerta planeaba mi lunes como lo hago cualquier otro lunes. Ingenuamente creía que el sol detrás de la puerta sería el mismo sol con el que he disfrutado todos mis inicios de semana. Pero detrás de la puerta me encontré con un suelo sucio, con camionetas de medios de comunicación, cámaras, la policía del barrio, la policía municipal y del estado, rostros de miedo, y un carro Audi negro con ventanas rotas. Desafortunadamente lunes.
Pregunté qué había pasado, y con una cara que me dijo que la pregunta estaba de sobra, me respondieron que habían balaceado un carro. Lo peor es que me lo han respondido como si la cosa fuera de esperarse, simple y natural. Continué con mi camino porque a pesar de las balas mis clases afortunadamente continúan. Durante el camino me vino el sentimiento de cuando te han robado algo, de cuando algo preciado te ha sido arrebatado. Y es precisamente el camino mismo, mi antes menospreciado camino firme, el que hoy ha sido violado, mi libertad de ir a estudiar sin miedo, de buscar las oportunidades que me he prometido. Nunca más viviré el mismo camino a la escuela.
La continuación de esta realidad alterada la encontré en la entrada de la escuela, donde había gente colocando veladoras y flores en memoria de mis compañeros estudiantes que fueron asesinados en el enfrentamiento entre el ejército y un grupo armado que hubo en las instalaciones de mi escuela el jueves pasado. Y todo esto pasó en el mismo trayecto de mi cama al salón de clase.
Las posturas de alumnos son ricas en variedad y forma. Una de ellas aprovecha la ocasión para hacer bromas y relajar tensiones, pero parece que esto es más bien una muestra del miedo que sentimos, como quien ríe nerviosamente con intensiones de ocultar que llora. Hay también quienes deciden vivir su lunes como cualquier otro lunes, esperando simplemente que las cosas se mejoren y tal vez pensando: “qué bueno que no me pasó a mí“. Y de lo que no se dan cuenta es que sí nos pasó a todos, que con la muerte de nuestros compañeros hirieron nuestras oportunidades, sueños y motivaciones, porque ¡¿qué no merezco ir a la escuela sin miedo?! Al final todos estudiamos para cumplir algún capricho, alguna expectativa, algo, lo que sea. ¿Y para qué carajos me levanto y camino el sucio y violento camino a la escuela si al final no hay un panorama estable en el que mis estudios tengan un valor?
A pesar de que la mayoría sepa en qué escuela estoy y en qué ciudad vivo, no lo menciono como un dato relevante de mi relato, pues al final no importa si fue aquí o en tu ciudad o tu escuela. Hoy sufro la muerte mis compañeros, que como cualquier otra muerte es lamentable, pero la sufro porque es un símbolo que representa un obstáculo de todos quienes queremos tener la oportunidad de vivir una vida digna. Y lo que más me altera es haber vivido tan naturalmente la indiferencia, y saber lo fácil y cómodo que es no hacer nada, ni decir nada, y verlo aquí y ahora, en la biblioteca, donde se vive un lunes cualquiera.