Por Ana Villazón Laso
Muchas veces he escuchado y también dicho, frases como: “qué pérdida de tiempo”, “lo único que logró fue hacerme perder mi tiempo”, “no tengo tiempo para estas tonterías”, “no le voy a destinar un solo segundo de mi tiempo a esto”, etc.
Pero ¿el tiempo nos pertenece? ¿Podemos poseerlo? No sé, quizá en el mundo de hoy donde gobierna la propiedad privada hemos entendido, por consecuencia, que el tiempo también es una pertenencia, o es quizá porque podemos llevarlo cargando en la muñeca o porque podemos tenerlo colgando en la pared.
Quizá sea porque podemos adelantar o atrasar una hora al reloj según nos convenga o porque cada país tiene un horario diferente, o quizá porque podemos calcularlo en una ecuación física. A lo mejor tiene que ver con que en algún momento la organización de la sociedad giró de tal forma que los minutos y las horas empezaron a cobrar una relevancia tal que permitían que todo funcionara ordenadamente.
Y no creo que todo lo dicho anteriormente esté mal, al contrario, incluso si se es preciso con el cumplimiento de los acuerdos con respecto al tiempo, se vive una virtud importante: la puntualidad, y eso te ayuda a ser entonces una persona virtuosa, gracias al tiempo.
Existen culturas más apegadas a esta virtud, por ejemplo los británicos son famosos precisamente por respetar con disciplina estos acuerdos de horario. Por el contrario los mexicanos tenemos fama de no apegarnos muy estrictamente a estos compromisos y es común hacer reflexiones como: “Si la invitación dice a las 7:30 entonces seguro empieza a las 8:00, porque si no diría 7:30 en punto” y esto se ha hecho una norma social, aunque sin duda hay quien se rebela y llega a las 7:30 sabiendo que tendrá que esperar media hora, pero con la intención de hacer ver que es importante respetar lo acordado.
Pero de nuevo me pregunto ¿el tiempo nos pertenece? ¿Podemos poseerlo? Yo creo que no, considero que el tiempo, como muchas cosas en la vida, no le pertenece a nadie, es un regalo. Podemos llevar un reloj en la muñeca pero no sabemos cuántas horas, minutos o segundos nos quedan de vida, entonces el tiempo se nos da cada día como un don, y los dones se comparten, no se venden, no se dan en caridad, no se mendigan.
Muchas veces me ha tocado que al recibir, por mi trabajo, a diversos padres de familia, muchos de ellos inicien con esta frase “Maestra, gracias por recibirnos, no queremos quitarle mucho tiempo” pero, ¿en verdad me pueden quitar “mi tiempo”?, ¿puedo yo hacer lo mismo con otra persona y robarle “su tiempo”? ¿Será entonces que al coincidir en el mismo lugar nos robemos tiempo los unos a los otros?
Considero que no, pienso que el tiempo es común a todos, como el sol, el aire o las estrellas, y lo único que podemos hacer es aprender que las horas, minutos y segundos, se comparten, nunca se roban o quitan, no tenemos ese poder. Aunque hay quienes creen que sí lo tienen y se atreven a quitar la perfecta sintonía que existe entre la vida y el tiempo a otra persona, pero esta sintonía que cada uno experimentamos no sabemos cuando dejará de ser un binomio inseparable. No venimos con una etiqueta que anuncie el momento en que nuestro propio reloj dejará de funcionar.
Por ello es importante saber que aunque el tiempo no es una posesión, sin duda, podemos elegir con quien lo compartimos, y sobre todo con qué actitud lo hacemos. Puedo elegir si la mayoría de las horas, minutos o segundos los comparto con mi computadora o mi oficina o mi jefe. Pero también puedo elegir compartir el tiempo con mi familia, mis amigos, la naturaleza o con Dios, lo más importante es que puedo elegir.
Sin duda, y por experiencia propia, hay momentos en que no queremos pasar esas horas o minutos preciados de vida con alguna persona o en algún evento al que no queríamos asistir y lo vemos como un desperdicio de tiempo, de “nuestro tiempo”. Pero, aunque no queramos estar en ese lugar o con esa persona, el tiempo sigue siendo común, no nos pertenece, y esas horas o minutos que vivimos compartiendo en un lugar que no nos motiva también son un regalo y pueden ser las últimas horas y minutos de vida. Entonces interviene el hermoso don de la voluntad, que actúa dándole fuerza a un pensamiento: “no quiero o no me gusta estar aquí, pero elijo estar en este lugar agradeciendo el tiempo que me permite compartir la vida con alguien más, sea quien sea, incluso simplemente conmigo mismo, para de esta forma valorar la vida como venga, con lo que venga”.
Con lo dicho anteriormente sólo quiero motivar a una reflexión, veamos al tiempo como un regalo común a todos los seres humanos, que no hace distinción entre “buenos” y “malos”, es un don gratuito pero que un día sin previo aviso suspende su presencia, por ello valoremos cada segundo que podemos ver transcurrir en el reloj que llevamos en nuestra muñeca, aunque no tengamos un certificado de propiedad sobre ese tiempo. Busquemos compartir las horas y minutos de vida con quienes amamos y que nos hacen sabernos amados, es ahí donde trascendemos y tocamos la eternidad.
Termino agradeciendo que podamos, a través de este escrito, compartir unos minutos de nuestras vidas, coincidiendo en el tiempo que se nos regala.