23 de febrero de 2009

Carta Abierta de Denise Dresser a Carlos Slim

Esta no es la primera vez que publico algo de Denise Dresser en este espacio y me siento muy contento de poderlo hacer con esta pieza que expresa de manera clara y valiente algo con lo que personalmente me siento identificado. Hace unas semanas en que Carlos Slim participó en el Foro "Qué hacer para crecer", francamente me sentí indignado por sus declaraciones. Al ver las acciones de grandes empresarios y filántropos como Warren Buffett, que donó gran parte de su fortuna a la Fundación Bill y Melinda Gates, no dejé de pensar que en su momento Carlos Slim daría el paso adelante que México necesita desesperadamente. El momento no ha llegado, pero no pierdo la esperanza de que palabras como las de Denise Dresser penetren profundamente no sólo en la mente y corazón de Carlos Slim sino en las de todos los mexicanos. Así que por favor, tampoco se pierdan los videos que comparto en esta entrada con otra reflexión de la misma Denise Dresser pero ahora hablándonos a todos.
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Febrero 15, 2009

Carta Abierta a Carlos Slim

Estimado Ingeniero:

Le escribo este texto como ciudadana. Como consumidora. Como mexicana preocupada por el destino de mi país y por el papel que usted juega en su presente y en su futuro. He leído con detenimiento las palabras que pronunció en el Foro "Qué hacer para crecer" y he reflexionado sobre sus implicaciones. Su postura en torno a diversos temas me recordó aquella famosa frase atribuida al presidente de la compañía automotriz General Motors, quien dijo: "lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos". Y creo que usted piensa algo similar: lo que es bueno para Carlos Slim, para Telmex, para Telcel, para el Grupo Carso es bueno para México. Pero no es así. Usted se percibe como solución cuando se ha vuelto parte del problema; usted se percibe como estadista con la capacidad de diagnosticar los males del país cuando ha contribuido a producirlos; usted se ve como salvador indispensable cuando se ha convertido en bloqueador criticable. De allí las contradicciones, las lagunas y las distorsiones que plagaron su discurso y menciono las más notables.

Usted dice que es necesario pasar de una sociedad urbana e industrial a una sociedad terciaria, de servicios, tecnológica, de conocimiento. Es cierto. Pero en México ese tránsito se vuelve difícil en la medida en la cual los costos de telecomunicaciones son tan altos, la telefonía es tan cara, la penetración de internet de banda ancha es tan baja. Eso es el resultado del predominio que usted y sus empresas tienen en el mercado. En pocas palabras, en el discurso propone algo que en la práctica se dedica a obstaculizar.

Usted subraya el imperativo de fomentar la productividad y la competencia, pero a lo largo de los años se ha amparado en los tribunales ante esfuerzos regulatorios que buscan precisamente eso. Aplaude la competencia, pero siempre y cuando no se promueva en su sector. Usted dice que no hay que preocuparse por el crecimiento del Producto Interno Bruto; que lo más importante es cuidar el empleo que personas como usted proveen. Pero es precisamente la falta de crecimiento económico lo que explica la baja generación de empleos en México desde hace años. Y la falta de crecimiento está directamente vinculada con la persistencia de prácticas anti-competitivas que personas como usted justifican.

Usted manda el mensaje de que la inversión extranjera debe ser vista con temor, con ambivalencia. Dice que "las empresas modernas son los viejos ejércitos. Los ejércitos conquistaban territorios y cobraban tributos". Dice que ojalá no entremos a una etapa de "Sell Mexico" a los inversionistas extranjeros y cabildea para que no se permita la inversión extranjera en telefonía fija. Pero al mismo tiempo, usted como inversionista extranjero en Estados Unidos acaba de invertir millones de dólares en The New York Times, en las tiendas Saks, en Citigroup. Desde su perspectiva incongruente, la inversión extranjera se vale y debe ser aplaudida cuando usted la encabeza en otro país, pero debe ser rechazada en México.

Usted reitera que "necesitamos ser competitivos en esta sociedad del conocimiento y necesitamos competencia; estoy de acuerdo con la competencia". Pero al mismo tiempo, en días recientes ha manifestado su abierta oposición a un esfuerzo por fomentarla, descalificando, por ejemplo, el Plan de Interconexión que busca una cancha más pareja de juego. Usted dice que es indispensable impulsar a las pequeñas y medianas empresas, pero a la vez su empresa -Telmex - las somete a costos de telecomunicaciones que retrasan su crecimiento y expansión.

Usted dice que la clase media se ha achicado, que "la gente no tiene ingreso", que debe haber una mejor distribución del ingreso. El diagnóstico es correcto, pero sorprende la falta de entendimiento sobre cómo usted mismo contribuye a esa situación. El presidente de la Comisión Federal de Competencia lo explica con gran claridad: los consumidores gastan 40 por ciento más de los que deberían por la falta de competencia en sectores como las telecomunicaciones. Y el precio más alto lo pagan los pobres.

Usted sugiere que las razones principales del rezago de México residen en el gobierno: la ineficiencia de la burocracia gubernamental, la corrupción, la infraestructura inadecuada, la falta de acceso al financiamiento, el crimen, los monopolios públicos. Sin duda todo ello contribuye a la falta de competitividad. Pero los monopolios privados como el suyo también lo hacen.

Usted habla de la necesidad de "revisar un modelo económico impuesto como dogma ideológico" que ha producido crecimiento mediocre. Pero precisamente ese modelo -de insuficiencia regulatoria y colusión gubernamental- es el que le ha permitido a personas como usted acumular la fortuna que tiene hoy, valuada en 59 mil millones de dólares. Desde su punto de vista el modelo está mal, pero no hay que cambiarlo en cuanto a su forma particular de acumular riqueza.

La revisión puntual de sus palabras y de su actuación durante más de una década revela entonces un serio problema: hay una brecha entre la percepción que usted tiene de sí mismo y el impacto nocivo de su actuación; hay una contradicción entre lo que propone y cómo actúa; padece una miopía que lo lleva a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio.

Usted se ve como un gran hombre con grandes ideas que merecen ser escuchadas. Pero ese día ante los diputados, ante los senadores, ante la opinión pública usted no habló de las grandes inversiones que iba a hacer, de los fantásticos proyectos de infraestructura que iba a promover, del empleo que iba a crear, del compromiso social ante la crisis con el cual se iba a comprometer, de las características del nuevo modelo económico que prometería apoyar. En lugar de ello nos amenazó. Nos dijo -palabras más, palabras menos- que la situación económica se pondría peor y que ante ello nadie debía tocarlo, regularlo, cuestionarlo, obligarlo a competir. Y como al día siguiente el gobierno publicó el Plan de Interconexión telefónica que buscaría hacerlo, usted en respuesta anunció que Telmex recortaría sus planes de inversión. Se mostró de cuerpo entero como alguien dispuesto a hacerle daño a México si no consigue lo que quiere, cuando quiere. Tuvo la oportunidad de crecer y en lugar de ello se encogió.

Sin duda usted tiene derecho a promover sus intereses, pero el problema es que lo hace a costa del país. Tiene derecho a expresar sus ideas, pero dado su comportamiento, es difícil verlo como un actor altruista y desinteresado, que sólo busca el desarrollo de México. Usted sin duda posee un talento singular y loable: sabe cuándo, cómo y dónde invertir. Pero también despliega otra característica menos atractiva: sabe cuándo, cómo y dónde presionar y chantajear a los legisladores, a los reguladores, a los medios, a los jueces, a los periodistas, a la intelligentsia de izquierda, a los que se dejan guiar por un nacionalismo mal entendido y por ello aceptan la expoliación de un mexicano porque -por lo menos- no es extranjero.

Probablemente usted va a descalificar esta carta de mil maneras, como descalifica las críticas de otros. Dirá que soy de las que envidia su fortuna, o tiene algún problema personal, o es una resentida. Pero no es así. Escribo con la molestia compartida por millones de mexicanos cansados de las cuentas exorbitantes que pagan; cansados de los contratos leoninos que firman; cansada de las rentas que transfieren; cansados de las empresas rapaces que padecen; cansada de los funcionarios que de vez en cuando critican a los monopolios pero hacen poco para desmantelarlos. Escribo con tristeza, con frustración, con la desilusión que produce presenciar la conducta de alguien que podría ser mejor. Que podría dedicarse a innovar en vez de bloquear. Que podría competir exitosamente pero prefiere ampararse constantemente. Que podría darle mucho de vuelta al país pero opta por seguirlo ordeñado. Que podría convertirse en el filántropo más influyente pero insiste en ser el plutócrata más insensible. John F. Kennedy decía que las grandes crisis producen grandes hombres. Lástima que en este momento crítico para México, usted se empeña en demostrarnos que no aspira a serlo.

Denise Dresser





18 de febrero de 2009

Inequidad estructural y diversidad: Fundamentos Conceptuales


En México, la injusticia estructural es una experiencia que viven a diario millones de personas en diversas expresiones. La gente es discriminada por su género, orientación sexual, estatus socioeconómico, edad, capacidades físicas o mentales, origen étnico, e incluso, ideas políticas. Existen resultados de varias encuestas que reflejan esto, por ejemplo, el año 2003 el Instituto Federal Electoral (Ruiz, 2003) reveló un estudio sobre actitudes de los mexicanos en el que 7 de 10 personas se negarían a vivir con una persona homosexual, 6 de 10 no vivirían con una persona seropositiva, 5 de 10 vivirían con alguien de ideas políticas diferentes, 48% de los encuestados considera que un hombre está más capacitado para llegar a la presidencia mientras que sólo el 14% consideró que ambos tendrían los elementos necesarios para gobernar.

El año 2005 fue publicada la Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación. Esta encuesta reveló que el 90% de las personas discapacitadas, de los indígenas, de los homosexuales y de los adultos mayores consideran que existe discriminación por su condición. Lo curioso fue que cuando se preguntó a los encuestados en general sobre la discriminación, la rechazaron y señalaron que no estaban de acuerdo con ella, y cuando se les cuestionó si estaban de acuerdo con el machismo casi cien por ciento de las respuestas indicaron no estar de acuerdo con él. (Notimex, 2005) Esto no impide que el 40% de los encuestados expresen que las mujeres deban trabajar en tareas propias de su sexo, considerando hasta cierto punto natural que se les excluya o trate de manera distinta, o que exista un 31.8% de personas que no permitiría que en su casa vivieran personas de otra raza, 48.4% que no permitirían a una persona de orientación homosexual o un 38.3% a una persona con ideas políticas diferentes.(García, 2005)

Esta última encuesta impactó profundamente a la sociedad mexicana pues las percepciones de nosotros mismos tendían a ser de personas tolerantes y abiertas a la diversidad. Sin embargo, al analizar más profundamente nuestras prácticas, el reflejo fue diferente a lo que creíamos. Lo común en México es mirar la desigualdad en función de los ingresos económicos, pero pocas veces realizamos el ejercicio de ver la discriminación a través de los derechos humanos que no se respetan en lo cotidiano, o de los derechos sociales que se creen aplicables sólo para algunos y no para todos. Al considerar esto quiero retomar las palabras de Audre Lorde (en Adams, 2000): “No hay una jerarquía en la opresión.” Todas las formas de opresión son importantes y es necesario que empecemos a reconocerlas.

Una de las dificultades para hacer esto es que estas formas de opresión en la mayoría de los casos no las vivimos de manera pura. La identidad de un ser humano es compleja, no es monolítica sino que está conformada por muchas identidades. Yo soy un hombre, adulto, blanco, de clase media, católico practicante, heterosexual, liberal, hermano mayor… Y en muchas de esas identidades puedo ser considerado parte de un grupo dominante o sistemáticamente privilegiado pero en otras puedo ser parte de un grupo subordinado o sistemáticamente en desventaja. Lo importante es que aunque mi subordinación sea algo de lo que esté plenamente consciente, es muy probable que mi identidad dominante ni siquiera la cuestione, lo que en ciertos ámbitos me hará más proclive a exigir cambios hacia una estructura social más justa y en otros a sostener tal vez sin saber un sistema injusto en el que mi privilegio pueda mantenerse. (Daniel, 2000)

¿Cómo puedo empezar a ser más consciente de estas injusticias estructurales? Marion Young (2000) enfatiza en el concepto de opresión, definiéndola como la inhibición de la capacidad de un grupo particular para desarrollar y ejercer sus habilidades y expresar sus necesidades, pensamientos y sentimientos. De acuerdo con lo anterior, hay muchos grupos diferentes que son oprimidos en la sociedad. Young (2000) ayuda a hacer un análisis más particular de esta opresión al considerar que la opresión tiene diversas caras, lo que en el caso de México puede ayudar a tomar conciencia de esas injusticias que poco a poco se han convertido en parte del paisaje y que ya no notamos, ni por supuesto cuestionamos.

El primer rostro de esta opresión es la explotación, el proceso continuo por el que los resultados del trabajo de un grupo social benefician al otro aumentando su poder, estatus y riqueza. En este punto, notable es el caso de Carlos Slim Ahumada, considerado por la revista Forbes como el segundo hombre más rico del mundo en el año 2007en un país en el que casi el 50 % de la población vive en la pobreza. (León, 2007) El segundo es la marginalización, en la que un grupo social es excluido de una participación activa y productiva en la vida social, lo que los conduce a una pobreza material severa que puede incluso llevarlos al exterminio. Esto es representativo del caso de los indígenas en mi país, que desde la época de la colonia han enfrentado serios intentos de exterminio, siendo representativas de esta marginalización las políticas implementadas desde fines del siglo XIX en las que el indio debía civilizarse o desaparecer porque no había lugar para ellos si conservaban su identidad indígena. El tercer rostro de la opresión es la impotencia, la experiencia de no tener autoridad o poder, de ser sujetos del poder pero sin ejercerlo. Esto implica tener menos oportunidad de desarrollar y ejercitar habilidades, de ser autónomos y creativos, de poder expresarse y de ser respetados. Este es uno de los rostros que encuentro más dominante en diversos grupos que son discriminados en México, desde las mujeres hasta los indígenas. El cuarto rostro es el imperialismo cultural, un fenómeno en el que los significados del grupo dominante en una sociedad se convierten en la norma y hacen que la perspectiva de los grupos subordinados desaparezca, además de marcarlos como los Otros. El último rostro es la violencia, no sólo la que es expresada de manera directa sino también en la constante amenaza de que por pertenecer a un determinado grupo esa violencia pueda manifestarse en cualquier momento en contra de uno. El caso de la violencia sistemática en contra de las mujeres, no sólo en Ciudad Juárez sino en muchas otras partes del país, nos permite ver esta opresión, en la que todos sabemos que sucede y que seguirá sucediendo, con una impunidad que convierte a la sociedad y a sus autoridades en cómplices silenciosos.

Creo que estas manifestaciones de la opresión pueden permitirnos tener una posición más realista con respecto a lo que somos como país en relación con cuestiones como la injusticia estructural no sólo en lo económico sino en otros ámbitos. Sin embargo, ¿por qué tanta ceguera ante estas realidades? ¿Por qué no vemos nuestra discriminación cotidiana? Stephanie Wildman y Adrienne Davis (2000) nos permiten responder a este cuestionamiento al enfocarse no tanto en la discriminación sino en los sistemas de privilegio. El privilegio es entendido como una ventaja especial, inmunidad, permiso, derecho o beneficio concedido o disfrutado por un individuo, clase o casta. El problema con el privilegiado es que las características de su grupo definen la norma social, implicando beneficios simplemente por pertenecer a ese grupo, además de que el privilegiado puede confiar en sus ventajas y evitar, consciente o inconscientemente, objetar la opresión. El esfuerzo en este sentido tiene que estar orientado a visualizar el privilegio del propio grupo para darnos cuenta de que a ese privilegio le corresponde la subordinación de un grupo. Esto es complejo porque cuando hablamos de discriminación, normalmente lo hacemos pensando en una persona que de manera voluntaria e intencional hace cosas horribles a los demás. Sin embargo, otra manera de entender la discriminación es reconocer que al aceptar los beneficios de un sistema injusto estamos contribuyendo a su sostenimiento y por lo tanto discriminando a otros. Una dificultad adicional para reconocer el privilegio propio es que la experiencia de privilegio y de subordinación pueden coexistir, lo que provoca que nuestras experiencias se difuminen, ocultando más fácilmente el privilegio de nuestra conciencia al poder decir: “Yo también soy discriminado”, victimizándome y dejando de analizar cuando yo soy victimario. Widman y Davis (2000) cuestionan el que en ocasiones nos enfocamos en la experiencia de la opresión y actuamos desde nuestro privilegio para combatirla sin hacer conscientemente esa decisión. Mi impresión es que lo que cuestionan no es el uso del privilegio para cambiar las cosas sino el que lo hagamos de manera inconsciente. Sin embargo, creo que a veces no es suficiente con devolver o permitir el ejercicio del poder al subordinado sino también utilizar el poder del privilegiado para movilizar los cambios aunque lo hagamos de manera inconsciente. Yo admiro mucho a Nelson Mandela por su lucha y el ejemplo que da con su congruencia; pero creo que en el triunfo final contra el apartheid se necesitó de un De Klerk.

Finalmente, es cierto que en México ha habido un avance, “nuestra tolerancia a las diferencias no es tan superficial ni nuestra intolerancia tan esencial” (García, 2005). Sin embargo, todavía hay mucho que podemos hacer. Lo primero es continuar con la reflexión que inició en el año 2005 cuando se publicaron los resultados de la encuesta sobre discriminación, abrir el conflicto como lo recomienda Maurianne Adams (2000). Otra tarea es darnos cuenta no sólo de nuestra propia opresión sino de la opresión del otro, incluso reconociendo nuestra complicidad en esas otras opresiones. Finalmente, retomando la propuesta de Fred Pincus (2000), es fundamental cuestionar estas injusticias estructurales, que son las más peligrosas al ser no intencionales e incluso legales, porque no hacer nada frente a ellas es legítimo pero el continuar haciendo las cosas como hasta ahora implicaría seguir profundizando prácticas que nos impiden entrar a una convivencia más justa y plena como seres humanos.

Referencias

Adams, M. et al (2000). Readings for Diversity and Social Justice: An Anthology on Racism, Anti-Semitism, Sexism, Heterosexism, Ableism, and Classism. New York, NY: Routelege.

Adams, M. (2000). Conceptual Frameworks. En M. Adams, W. Blumenfeld, R. Castaneda, H. Hackman, M. Peters & X. Zuniga (Eds.), Readings for diversity and social justice: an anthology on racisim, anti-Semitism, sexism, heterosexism, ableism, and classism (pp. 5 - 9). New York: Routledge.

García, R. (2005). Aproximación a los Resultados de la Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación [Electronic version]. El Cotidiano, 21 (134), 38-42.

León, G. (2007). La pobreza en México, sin cambios estadísticamente significativos: Coneval. La Jornada. Retrieved February 13, 2009, from http://www.jornada.unam.mx/2007/08/05/index.php?section=politica&article=011n1pol

Notimex. (2005). Presentan Primera Encuesta Sobre Discriminación en México. Retrieved February 14, 2009 from http://www.interceramic.com/assets/resp_social/discriminacion-de-genero-en-mexico.pdf

Pincus, F. (2000). Discimination Comes in Many Forms: Individual, Institutional, and Structural. En M. Adams, W. Blumenfeld, R. Castaneda, H. Hackman, M. Peters & X. Zuniga (Eds.), Readings for diversity and social justice: an anthology on racisim, anti-Semitism, sexism, heterosexism, ableism, and classism (pp. 31-35). New York: Routledge.

Rivera, S. (2003). Revela Estudio del IFE Intolerancia de Mexicanos. Retrieved February 13, 2009, from Once Noticias Web site: http://oncetv-ipn.net/noticias/index.php?modulo=despliegue&dt_fecha=2003-05-20&numnota=13

Tatum, B. (2000). The Complexity of Identity: “Who Am I?”.. En M. Adams, W. Blumenfeld, R. Castaneda, H. Hackman, M. Peters & X. Zuniga (Eds.), Readings for diversity and social justice: an anthology on racisim, anti-Semitism, sexism, heterosexism, ableism, and classism (pp. 9-14). New York: Routledge.

Wildman, S., & Davis, A. (2000). Language and silence: Making systems of privilege visible. En M. Adams, W. Blumenfeld, R. Castaneda, H. Hackman, M. Peters & X. Zuniga (Eds.), Readings for diversity and social justice: an anthology on racisim, anti-Semitism, sexism, heterosexism, ableism, and classism (pp. 50 - 60). New York: Routledge.

Young, I. (2000). Five faces of oppression. En W. B. M. Adams, R. Castaneda, H. Hackman, M. Peters & X. Zuniga (Ed.), Readings for diversity and social justice: an anthology on racisim, anti-Semitism, sexism, heterosexism, ableism, and classism (pp. 35 - 49). New York: Routledge.

14 de febrero de 2009

Corazón humanidad


Por Jorge Enrique Gasca (http://masacalli.blogspot.com)

Al bajar del Empire State Building aquella tarde soleada del 19 septiembre de 1985, quedé perplejo frente a un puesto de periódicos mientras leía y veía las fotografías de todos los diarios de la ciudad:


Earthquake in México….


Súbitamente el tiempo se detuvo y mis sentimientos de viajero quedaron eclipsados ante el drama que me invadía. Me negaba a pensar que Toluca, mi ciudad, estaría tan destruida como se veía la ciudad de México en las imágines del New York Times. Irremediablemente se apoderó de mí una angustia de muerte.

¿Estará de pie la casa de mi familia? ¿Estarán con bien mis padres, mis hermanos, mis tíos, primos y amigos? ... ¡La tía Margarita y el tío Rodolfo viven muy cerca del centro de la ciudad de México, Dios quiera que se encuentren con bien! - murmuraba para mí mismo mientras revisaba de cabo a rabo la edición especial del Times.

Inmediatamente intenté comunicarme a México, pero fue imposible. Sin poder hacer nada, regresé al lugar donde me hospedaba. A las 9 de la noche un noticiero anunció que había ocurrido un segundo terremoto tan devastador como el primero y que la ciudad de México se encontraba totalmente en ruinas. No mencionaron ni media palabra con relación al daño sufrido en otras ciudades de la república y entonces mi angustia se convirtió en franca paranoia; tanto que en toda mi vida no recuerdo haber vivido una noche tan larga como aquella: sin noticias, muy lejos y con la impotencia de no poder ayudar.

El 20 de septiembre asistí a una reunión de mexicanos que estudiaban en New York, en la que acordamos que uno de nosotros tendría que volar a México, investigar el paradero de la parentela e inmediatamente regresar a dar noticias. Le tocó en suerte, o en desgracia, a un estudiante de Medicina partir a la ciudad de México y regresar con las noticias ya fueran buenas o malas. Por fortuna, las noticias fueron buenas para mí, aunque no todos corrimos con la misma suerte.

Los días posteriores al terremoto aquellos mexicanos de New York integrados como grupo por la tragedia, vivimos a flor de piel el dolor de nuestro México. Aún cuando han pasado tantos años, sigue viva en mí la emoción de ver a mi país levantarse en cada voluntario buscando a los familiares de otras personas, arriesgando la vida por la sola sospecha de que todavía había alguien que seguía esperando la oportunidad de renacer.

Muchas historias me conmovieron hasta las lagrimas por aquellos días, pero de entre todas ellas quiero compartirte una que me pareció profunda y dramáticamente humana:





Plácido, te agradezco infinitamente tu sencillez, tus manos y tu amor. Aún vive en mí el ejemplo de tu corazón-humanidad, cuando más allá de tu voz, fama o dinero te arriesgaste hasta el límite por otros, dejando de lado tus méritos y logros.


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3 de febrero de 2009

La madre de Barack Obama: líder escultora


Por Judith Monsiváis García (alumna del curso Liderazgo)


Es común en estos tiempos observar en cualquier medio, e incluso, conversación, el nombre del actual presidente del país más poderoso: Barack Obama. Los ojos del mundo cubren uno a uno cada paso que da, con la esperanza de todo aquél que confía en un sueño hecho realidad, en romper el paradigma, pues, no sólo es el primer afroamericano que llega a ese puesto; es la viva imagen de un líder que tiene en sus manos la frase “es posible”. Me sentía ya bastante conmovida por la vida de este hombre, el cual, no venía de una familia con todos los lujos ni tuvo todas las facilidades, al contrario, un ser íntegro que ha logrado todo con base en un esfuerzo e integridad impecable; sin embargo, hace unos días quedé estupefacta con un correo electrónico que hablaba de aquella persona que con frecuencia menciona Barack: su madre, Stanley Ann Dunham Soetoro. Me sorprendió tanto la historia de esta mujer que decidí buscar fuentes que confirmaran el correo; efectivamente, un ser humano excepcional, líder que, como dice su hijo, fue una “madre singular”[1] . A continuación les presento los hechos que me hicieron perder el aliento:

Su madre, una mujer blanca estadounidense, fue antropóloga, activista social y sin duda alguna, líder. Desde joven tuvo una visión diferente del mundo, pues, pese al racismo persistente de la época, ella se oponía a estas cuestiones al formar relaciones interraciales y conociendo acerca de otras formas de vida, cambios de paradigma radicales. Prueba de lo anterior son sus dos matrimonios, uno con Barack Obama padre, de Kenia, y el segundo con Lolo Soetoro, de Indonesia (ambos fallidos). Cuando se casó por segunda vez decidió mudarse con su esposo a su tierra natal, donde comenzó a tener contacto con gente muy pobre, decidiendo de esta manera hacer algo, con programas de asistencia social y conociendo a fondo a toda la gente, sus problemas y necesidades, buscando cómo ayudarlos a tener otra realidad, viviendo de cerca sus condiciones, con empatía genuina, “poniéndose en sus zapatos” de verdad (a diferencia de muchos gobiernos que deciden, por ejemplo, el destino de las minorías con base en falsas creencias de sus vidas). Evidentemente, Barack estuvo con ella y, se permeó de toda esta calidad humana. La gente a su alrededor la reconocía y sabía que era una mujer poco convencional, la cual estudiaba, trabajaba, criaba a sus hijos y apoyaba a las personas al mismo tiempo. Después de divorciarse siguió con su actividad y, dejó a Barack vivir con sus abuelos, decisión que, pese a ser dolorosa por la separación, ella entendió como una oportunidad de madurar y algo que iba a ser mejor para él. Stanley Ann se convirtió en consultora de la Agencia Internacional del Desarrollo de los Estados Unidos y después formó parte de la Fundación Ford especializándose en el trabajo de las mujeres. Se hizo consultora en Pakistán y posteriormente miembro del banco más viejo de Indonesia creando servicios como créditos y ahorros para los pobres, con el programa más grande de microfinanciamientos del mundo.


Una mujer líder en toda la extensión de la palabra (era visitada por los activistas y defensores de derechos humanos más importantes), cambiando la vida de todos a su alrededor, mostrándoles el camino del servicio, de romper con aquello que no está bien, demostrando que de querer hacer las cosas se puede, siendo ejemplo viviente de que no hay poder que detenga el deseo de cambiar al mundo, con una vida de principios y valores, de levantarse una y otra vez pese a los obstáculos. Es por esto que es la escultora de su hijo, al cual le enseñó a alzar su voz ante el poder de la injusticia, a desarrollar una ambición humanizada basada en la tolerancia, la importancia de la honestidad, a hablar sin rodeos, el juicio independiente y el liderazgo que lo conduciría a ser quien es ahora. Esta maravillosa mujer falleció de cáncer a los 52 años, en noviembre de 1995, queriendo todavía adoptar a una niña coreana; sin embargo ella vive en el legado que dejó en cada persona que tuvo la fortuna de conocerla, completando así el ciclo de un gran líder: el que deja huella. Después de conocer esta historia me di cuenta del potencial de mis acciones y lo que puedo ser capaz de hacer, además de saber que un líder es más que una persona que se para frente a otras que le siguen; no, estas personas ven un punto lejano que han de alcanzar y que su camino debe hacerse con valores que les garanticen vivir y dejar vivir.
“La figura dominante en mis años formativos… Los valores que me enseñó continúan siendo mi criterio cuando veo cómo me dirijo en el mundo de la política”.[2] Barack Obama.


[1] Scott, J. A Free-Spirited Wanderer Who Set Obama’s Path- New York Times. Marzo 14, 2008. Disponible en: (http://www.nytimes.com/2008/03/14/us/politics/14obama.html?pagewanted=1&_r=1&fta=y). Consultado en; (26 de enero 2009).
[2] Llewellyn, S. The Truth Seeker: Obama´s Mother: Fascinating and Revealing!!. Junio 2, 2008. Disponible en: (http://www.thetruthseeker.co.uk/print.asp?ID=8776). Consultado en: (26 de enero 2009).