14 de febrero de 2009

Corazón humanidad


Por Jorge Enrique Gasca (http://masacalli.blogspot.com)

Al bajar del Empire State Building aquella tarde soleada del 19 septiembre de 1985, quedé perplejo frente a un puesto de periódicos mientras leía y veía las fotografías de todos los diarios de la ciudad:


Earthquake in México….


Súbitamente el tiempo se detuvo y mis sentimientos de viajero quedaron eclipsados ante el drama que me invadía. Me negaba a pensar que Toluca, mi ciudad, estaría tan destruida como se veía la ciudad de México en las imágines del New York Times. Irremediablemente se apoderó de mí una angustia de muerte.

¿Estará de pie la casa de mi familia? ¿Estarán con bien mis padres, mis hermanos, mis tíos, primos y amigos? ... ¡La tía Margarita y el tío Rodolfo viven muy cerca del centro de la ciudad de México, Dios quiera que se encuentren con bien! - murmuraba para mí mismo mientras revisaba de cabo a rabo la edición especial del Times.

Inmediatamente intenté comunicarme a México, pero fue imposible. Sin poder hacer nada, regresé al lugar donde me hospedaba. A las 9 de la noche un noticiero anunció que había ocurrido un segundo terremoto tan devastador como el primero y que la ciudad de México se encontraba totalmente en ruinas. No mencionaron ni media palabra con relación al daño sufrido en otras ciudades de la república y entonces mi angustia se convirtió en franca paranoia; tanto que en toda mi vida no recuerdo haber vivido una noche tan larga como aquella: sin noticias, muy lejos y con la impotencia de no poder ayudar.

El 20 de septiembre asistí a una reunión de mexicanos que estudiaban en New York, en la que acordamos que uno de nosotros tendría que volar a México, investigar el paradero de la parentela e inmediatamente regresar a dar noticias. Le tocó en suerte, o en desgracia, a un estudiante de Medicina partir a la ciudad de México y regresar con las noticias ya fueran buenas o malas. Por fortuna, las noticias fueron buenas para mí, aunque no todos corrimos con la misma suerte.

Los días posteriores al terremoto aquellos mexicanos de New York integrados como grupo por la tragedia, vivimos a flor de piel el dolor de nuestro México. Aún cuando han pasado tantos años, sigue viva en mí la emoción de ver a mi país levantarse en cada voluntario buscando a los familiares de otras personas, arriesgando la vida por la sola sospecha de que todavía había alguien que seguía esperando la oportunidad de renacer.

Muchas historias me conmovieron hasta las lagrimas por aquellos días, pero de entre todas ellas quiero compartirte una que me pareció profunda y dramáticamente humana:





Plácido, te agradezco infinitamente tu sencillez, tus manos y tu amor. Aún vive en mí el ejemplo de tu corazón-humanidad, cuando más allá de tu voz, fama o dinero te arriesgaste hasta el límite por otros, dejando de lado tus méritos y logros.


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