Ayer por la tarde escuché con tristeza la noticia: Germán Dehesa había fallecido sentado en su silla favorita rodeado de su familia. Durante muchos momentos de mi vida sus historias me acompañaron, a veces haciéndome reflexionar, otras motivándome a actuar, muchas haciéndome reir a carcajadas. Como homenaje, comparto en este espacio una de esas historias, deseando que su legado siga ayudando a tender muchos puentes entre nosotros. Tiendo mis brazos para unirme a los de muchos que apreciamos y agradecemos su paso por esta tierra. ¡Hoy toca!
-XXXIV-
El puente
Los adultos tendríamos que ser más cuidadosos, más respetuosos de las palabras que depositamos en los oídos infantiles. Y cuando digo palabra, puesto que me refiero a la plática, estoy hablando sí de un significado, pero también de esas otras significaciones pequeñas que nacen de la cadencia, la entonación, la intención que la voz le añade a cada palabra que se siembra en el minúsculo laberinto del oído infantil. Créanme que es mejor tener cuidado en esto, que tener que comprobar, años después, que aquel hijo educado, bien o mal, por nuestras palabras, tiene ahora una idea del mundo entre ficticia y extravagante.
Un buen ejemplo es la palabra “puente”. A primera vista (a primera oída) se percibe inocua y mansa; pero, como pude comprobar, puede crear malos entendidos y graves problemas. Todo ocurrió en un viaje por carretera que el pequeño Andrés hizo con sus padres rumbo a las acuáticas llanuras de Acapulco. En algún punto del trayecto, encontramos un puente hermoso, airoso, inmenso. ¿Ya viste, Andrés, qué puente tan bonito?. Andrés lo miraba con ojos enormes. Está padrísimo, papá, ¿cómo lo construyeron?. Aquí, en mi irreflexiva respuesta, surgió el error. No lo construyeron; lo compraron hecho; en cualquier juguetería grande venden las piezas y ya nada más es cosa de armarlo. La madre de Andrés parpadeó, pero éste cayó en un hondísimo arrobo. Papá, ¿te imaginas las cajotas?. Sí, son muy grandes. Papá, han de ser carísimos los puentes. No tanto; si compras dos, te hacen buen precio. Vino luego un silencio largo. Los engranes mentales de Andrés podían escucharse. Papá, ¿en Acapulco hay jugueterías grandes?...Esteee, que yo sepa, no; además, no traes dinero. Es cierto y de todos modos no me urge; yo mis puentes los quiero para México. Ya la armaste, comentó en voz baja la mujer que es conjuntamente madre de Andrés y aventajada conductora en carretera.
¿Para qué quieres los puentes, pequeño crustáceo?. Pues, mira, quiero uno chico para ir de mi recámara a la casita del árbol y quiero uno bastante grande para ir de nuestra casa a casa de mi abuelo. Van a ser, hijo mío, dos puentes muy útiles, recuérdame que, en cuanto regresemos a México, vayamos por ellos. Papá, ¿tú me ayudas a armarlos?. ¡Claro!, soy especialista en armar puentes. La automadre decía en voz baja: vas a volver loco a ese pobre niño; de por sí poco necesita. Y yo: tranquila, cuando regresemos a México, ya ni se va a acordar.
Los días en la playa fueron marinamente satisfactorios; las olas estaban de buen humor y el sol fue muy amable. Nadie habló de puentes. Los cangrejos ocuparon la atención entera de Andrés. Terminada la vacación, emprendimos el regreso, llegamos a la casa al caer de la tarde y ya para dormirse, Andrés me dijo con voz tranquila: no se te olvide que mañana vamos por los puentes. Dicho esto, sonrió, rezó y se durmió. Yo no.
Durante el sueño del infante, el Principito vino en mi auxilio. Aterrizó suavemente sobre los párpados de Andrés, alzó uno de ellos como quien levanta un delicado velo y se instaló en ese lugarcito donde la inteligencia fabrica los sueños. Y Andrés soñó con un airoso y dorado puente que lo llevaba a la sombra de un baobab donde lo esperaba el Principito. ¿Quién te compró tu puente?, preguntó Andrés a modo de saludo. Nadie, respondió la criatura de Saint-Ex, los puentes son muy importantes y nada de lo realmente importante se puede comprar o vender; lo importante existe porque necesita existir; nadie compra un unicornio, existe porque la alegría de la imaginación lo necesita. Lo mismo pasa con los puentes: son indispensables. Sin ellos, nadie podría salir de sí mismo, ni viajar al corazón del otro, ni a ninguna parte. Es cierto que son juguetes, pero son juguetes necesarios. Se pueden construir con cualquier material. Una mirada es un puente, tus brazos son medio puente en busca de esa mitad faltante que son otros brazos, la risa es un puente iluminado como el que acabas de recorrer, hay puentes de lágrimas y, lo más importante, las palabras bien acomodadas son un puente prodigioso. Por eso tu papá te dice cosas tan extrañas, porque quiere acercarse a ti. Día llegará en que tendrás que ser valiente y decir “te quiero” para construir un puente sobre el pantano lleno de cocodrilos y alimañas. Todos los hombres y mujeres que no se han vuelto locos construyen puentes sin cesar y su divertida tarea nunca termina, porque siempre hace falta reconstruir algún puente que algún tonto destruyó con algún cartucho de palabras mal usadas. Ahora mismo, por debajo de tus ojos, se está construyendo un puente de seda que te aleja del baobab y te lleva al territorio de los sueños blanquísimos...
A la mañana siguiente, Andrés despertó, vino a saludarme, tendió sus brazos, tendí los míos y no hemos vuelto a hablar de comprar puentes.