Por José Antonio Balderas (alumno del curso Formación Humana y Compromiso Social)
Hace un poco tiempo pude ver, dentro de mi persona, cambios que han influido de manera profunda, tanto positiva y negativamente, y parte de estos cambios me han dicho solo una cosa, que no logrado apartar de mi mente.
Es una cuestión que en un inicio creí muy personal, algo que sólo yo puedo pensar o que sólo en mi mentalidad logra entrar, poco después me di cuenta de lo tonto que fui al creer eso. Desde pequeño tuve una manía muy “extraña”, buscaba siempre entre las estrellas, aquella que me quedara justo sobre la cabeza, y tanta era la necesidad de búsqueda, que hasta en momentos me las ingenié para inventar un “medidor” de estrellas y así comprobar el cumplimiento de mis deseos.
Se que por el momento suena tonto y hasta pueden llegar a preguntarse: ¿Qué tiene que ver la Tierra con esto? A mi parecer, mucho, ya que la cuestión que me aquejó y que en momentos sigo razonándola es: ¿Cuándo dejamos de ver hacia las estrellas?, y no sólo las que alguien coloquialmente y poco románticamente llamó “unas bolas inmensas de gas quemándose a millones de kilómetros de aquí”, sino a lo inalcanzable, a lo que está mas allá de nuestras barreras.
¿En qué momento los seres humanos dejamos de ver las estrellas terrenas, lo que está dentro de su propio “planeta”, su cuerpo, su templo de vida, como quiera ser llamado, en qué momento dejamos de ver la luz que nos rodea y comenzamos el intento de ser uno con solo nosotros mismos, y dejamos de abrir los ojos para percibir la luz de nuestro alrededor?
Es gracioso, qué extrañas analogías se pueden ver con sistemas tan complejos e inmensos como un planeta, y con un cuerpo, tan pequeño y tan común para todos, es muy interesante ver que si lo vemos como tal, esta nave espacial donde viajamos se asemeja en exceso a nosotros mismos, y que si no lo cuidamos el planeta perece. Si nosotros vivimos acelerados, el planeta lo hace, y si nosotros perecemos por nuestra causa, desgraciadamente también el planeta.
Nuestra luz interior debe de dejar que a la vez se funda con las luces de los demás y podamos ser no sólo una estrella que brilla para si misma, sino en conjunto una luminaria para nuestro futuro y que todos, en conjunto, creemos la luz de nuestro planeta, de la vida que nos queda por delante y de la vida que todavía va a llegar para sumarse a esta galaxia que somos todos.
Se que muchos no serán ni siquiera tocados por mis palabras y que mucho menos las tomarán en serio, por lo que sólo me queda decir una cosa, como dijo un gran pensador de nuestro tiempo, el cual prefiero omitir, no por egoísmo, sino más bien por conveniencia mutua: “No quiero decirte que pensar, sino solamente que pienses”, es decir, parafraseando una pequeña pero sencilla frase popular, este es tan solo un tiro al aire, quien sea tocado por él, que decida que hacer con ese regalo.
Hace un poco tiempo pude ver, dentro de mi persona, cambios que han influido de manera profunda, tanto positiva y negativamente, y parte de estos cambios me han dicho solo una cosa, que no logrado apartar de mi mente.
Es una cuestión que en un inicio creí muy personal, algo que sólo yo puedo pensar o que sólo en mi mentalidad logra entrar, poco después me di cuenta de lo tonto que fui al creer eso. Desde pequeño tuve una manía muy “extraña”, buscaba siempre entre las estrellas, aquella que me quedara justo sobre la cabeza, y tanta era la necesidad de búsqueda, que hasta en momentos me las ingenié para inventar un “medidor” de estrellas y así comprobar el cumplimiento de mis deseos.
Se que por el momento suena tonto y hasta pueden llegar a preguntarse: ¿Qué tiene que ver la Tierra con esto? A mi parecer, mucho, ya que la cuestión que me aquejó y que en momentos sigo razonándola es: ¿Cuándo dejamos de ver hacia las estrellas?, y no sólo las que alguien coloquialmente y poco románticamente llamó “unas bolas inmensas de gas quemándose a millones de kilómetros de aquí”, sino a lo inalcanzable, a lo que está mas allá de nuestras barreras.
¿En qué momento los seres humanos dejamos de ver las estrellas terrenas, lo que está dentro de su propio “planeta”, su cuerpo, su templo de vida, como quiera ser llamado, en qué momento dejamos de ver la luz que nos rodea y comenzamos el intento de ser uno con solo nosotros mismos, y dejamos de abrir los ojos para percibir la luz de nuestro alrededor?
Es gracioso, qué extrañas analogías se pueden ver con sistemas tan complejos e inmensos como un planeta, y con un cuerpo, tan pequeño y tan común para todos, es muy interesante ver que si lo vemos como tal, esta nave espacial donde viajamos se asemeja en exceso a nosotros mismos, y que si no lo cuidamos el planeta perece. Si nosotros vivimos acelerados, el planeta lo hace, y si nosotros perecemos por nuestra causa, desgraciadamente también el planeta.
Nuestra luz interior debe de dejar que a la vez se funda con las luces de los demás y podamos ser no sólo una estrella que brilla para si misma, sino en conjunto una luminaria para nuestro futuro y que todos, en conjunto, creemos la luz de nuestro planeta, de la vida que nos queda por delante y de la vida que todavía va a llegar para sumarse a esta galaxia que somos todos.
Se que muchos no serán ni siquiera tocados por mis palabras y que mucho menos las tomarán en serio, por lo que sólo me queda decir una cosa, como dijo un gran pensador de nuestro tiempo, el cual prefiero omitir, no por egoísmo, sino más bien por conveniencia mutua: “No quiero decirte que pensar, sino solamente que pienses”, es decir, parafraseando una pequeña pero sencilla frase popular, este es tan solo un tiro al aire, quien sea tocado por él, que decida que hacer con ese regalo.
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